martes, 23 de octubre de 2012

Teresa de Jesús y san Juan de Ávila





Carta de san Juan de Ávila a santa Teresa de Jesús
Montilla, 12 de septiembre de 1568
*Ed. Obras completas de san Juan de Ávila, Vol 5., BAC 313 (Madrid 1970)

pp. 573-576.


La gracia y paz de Jesucristo nuestro Señor sea con vuestra merced siempre.

Cuando acepté el leer el libro que se me envió, no fue tanto por pensar que podría yo, con el favor de nuestro Señor, aprovecharme algo con la doctrina de él; y gracias a Cristo, que, aunque lo he leído no con el reposo que era menester, mas heme consolado, y podría sacar edificación, si por mí no queda. Y aunque, cierto, yo me consolara con esta parte, sin tocar en lo demás, no me parece que el respeto que debo al negocio y a quien me lo encomienda me da licencia para dejar de decir algo de lo que siento, a lo menos en general.

El libro no está para salir a manos de muchos, porque ha menester limar las palabras de él en algunas partes; en otras declararlas; y otras cosas hay que al espíritu de vuestra merced pueden ser provechosas, y no lo serían a quien las siguiese; porque las cosas particulares por donde Dios lleva a unos, no son para otros. Estas, o las más de ellas, me quedan acá apuntadas, para ponerlas en orden cuando pudiere, y no faltará cómo enviarlas a vuestra merced; porque, si vuestra merced viese mis enfermedades y otras necesarias ocupaciones, creo le moverían más a compasión que a culparme de negligente.

La doctrina de la oración está buena por la mayor parte, y muy bien puede vuestra merced fiarse de ella y seguirla; y en los raptos hallo las señas que tienen los que son verdaderos.

El modo de enseñar Dios al ánima, sin imaginación y sin palabras interiores ni exteriores, es muy seguro, y no hallo en él que tropezar, y San Agustín habla bien de él.

Las hablas interiores y exteriores han engañado a muchos en nuestros tiempos; y las exteriores son las menos seguras. El ver que no son de espíritu propio es cosa fácil; el discernir si son de espíritu bueno o malo es más dificultoso. Danse muchas reglas para conocer si son del Señor, y una es que sean dichas en tiempo de necesidad o de algún gran provecho, así como para confortar al hombre tentado o desconfiado o para algún aviso de peligro, etc. Porque, como un hombre bueno non habla palabra sin mucho peso, menos la hablará Dios. Y mirando esto, y ser las palabras conforme a la Escritura divina y a doctrina de la Iglesia, me parece de las que en el libro están, o de las más, ser de parte de Dios.

Visiones imaginarias o corporales son las que más duda tienen, y éstas en ninguna manera se deben desear; y si vienen sin ser deseadas, aun se han de huir todo lo posible, aunque no por medio de dar higas, si no fuese cuando de cierto se sabe ser espíritu malo; y, cierto, a mí me hizo horror las que en este caso se dieron, y me dio mucha pena.

Debe el hombre suplicar a nuestro Señor no le lleve por camino de ver, sino que la buena vista suya y de sus santos se la guarde para el cielo, y que acá lo lleve por camino llano, como lleva a sus fieles; y con otros buenos medios debe procurar el huir de estas cosas.

Mas si, todo esto hecho, duran las visiones y el ánima saca de ello provecho, y no induce su vista a vanidad, sino a mayor humildad, y lo que dicen es doctrina de la Iglesia, y dura esto por mucho tiempo y con una satisfacción interior que se puede sentir mejor que decir, no hay para qué huir ya de ellas. Aunque ninguno se debe fiar de su juicio en esto, sino comunicarlo luego con quien le pueda dar lumbre; y éste es el medio universal que se ha de tomar en todas estas cosas; y esperar en Dios, que, si hay humildad para sujetarse a parecer ajeno, no dejará engañar a quien desea acertar.

Y no se debe nadie atemorizar para condenar de presto estas cosas por ver que la persona a quien se dan no es perfecta; porque no es nuevo a la bondad del Señor sacar de los malos, justos, y aun de pecados y graves, con darles muy dulces gustos suyos, según lo he yo visto. ¿Quién pondrá tasa a la bondad del Señor? Mayormente que estas cosas no se dan por merecimientos ni por ser uno más fuerte, antes algunas [veces] por ser más flaco; y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos.

No tienen razón lo que por sólo esto descreen estas cosas, porque son muy altas, y parece cosa no creíble abajarse una Majestad infinita a comunicación tan amorosa con una su criatura. Escrito está que Dios es amor, y si amor, es amor infinito y bondad infinita; y de tal amor y bondad no hay que maravillar que haga tales excesos de amor, que turben a los que no le conocen. Y aunque muchos lo conozcan por fe, mas la experiencia particular del amoroso, y más que amoroso, trato de Dios con quien El quiere, si no se tiene, no se podrá bien entender el punto donde llega esa comunicación. Y así, he visto a muchos escandalizados de oír las hazañas del amor de Dios con sus criaturas; y como ellos están de aquello muy lejos, no piensan hacer Dios con otros lo que con ellos no hace. Y siendo razón que por ser la obra de amor, y amor que pone en admiración, se tomase por señal que es de Dios, pues es maravilloso en sus obras, y muy más en las de su misericordia, de allí mismo sacan ocasión de descreer, de donde la habían de sacar de creer, concurriendo las otras circunstancias que den testimonio de ser cosa buena.

Paréceme, según del libro consta, que vuestra merced ha resistido a estas cosas, y aún más de lo justo. Paréceme que le han aprovechado a su ánima; especialmente le han hecho más conocer su miseria propia y faltas y enmendarse de ellas. Han durado mucho, y siempre con provecho espiritual. Incítanle a amor de Dios, y a propio desprecio, y a hacer penitencia. No veo por qué condenarlas. Inclíname más a tenerlas por buenas con condición que siempre haya cautela de no fiarse del todo, especialmente si es cosa no acostumbrada, o dice que haga alguna cosa particular y no muy llana: en todos estos casos y semejables se debe suspender el crédito y pedir luego consejo. Item, se advierte que, aunque estas cosas sean de Dios, se mezclan otras del enemigo, y por eso siempre ha de haber recelo. Item, ya que se sepa que son de Dios, no debe el hombre parar mucho en ellas, pues no consiste la santidad sino en amor humilde de Dios y del prójimo, y estas otras cosas se deben temer, aunque buenas, y pasar su estudio a la humildad, virtudes y amor del Señor. También conviene no adorar visión de éstas sino a Jesucristo en el cielo o en el Sacramento; y si es cosa de santos, alzar el corazón al santo del cielo y no a lo que se me representa en la imaginación: baste que me sirva aquello de imagen para llevarme a lo representado por ella.

También digo que las cosas de este libro acaecen aún en nuestros tiempos a otras personas, y con mucha certidumbre que son de Dios, cuya mano no es abreviada para hacer ahora lo que en tiempos pasados, y en vasos flacos, para que El sea más glorificado.

Vuestra merced siga su camino, mas siempre con recelo de los ladrones y preguntando por el camino derecho; y dé gracias a nuestro Señor, que le ha dado su amor y el propio conocimiento, y amor de penitencia y de cruz. Y de esotras cosas no haga mucho caso, aunque tampoco las desprecie, pues hay señales que muy muchas de ellas son de parte de nuestro Señor, y las que no son, con pedir consejo no le dañarán.

Yo no puedo creer que he escrito esto en mis fuerzas, pues no las tengo; pero la oración de vuestra merced lo ha hecho. Pídole, por amor de Jesucristo nuestro Señor, se encargue de suplicar por mí, que El sabe que lo pido con mucha necesidad, y creo que basta esto para que vuestra merced haga lo que le suplico. Y pido licencia para acabar ésta, pues quedo obligado a escribir otra.

Jesús sea glorificado de todos y en todos. Amén.

De Montilla, 12 de septiembre 1568.

Siervo de vuestra merced por Cristo, Juan de Ávila.

domingo, 11 de marzo de 2012

Nueve días en oración con san José, Padre y protector del Carmelo de Teresa de Jesús


Para orar la novena:
1o   Le el texto correspondiente al día
2o   reza la oración de san José
3o   Pide su intercesión ante alguna necesidad






Oración a san José
       ¡San José, guardián de Jesús y Esposo de María, tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber! Tú mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.  
     Tú supiste de pruebas, cansancio y trabajo. Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida, tu alma estaba llena de profunda paz y de verdadera alegría debido al íntimo trato que gozaste con el Hijo de Dios que te fue confiado a ti a la vez de María, su tierna Madre.
     Protégenos bondadosamente a los que nos volvemos confiadamente a ti. Tú conoces nuestras aspiraciones y esperanzas por eso, nos dirigimos a ti porque sabemos que tú nos comprendes y proteges. Amén.
  (Oración a san José por el papa Juan XXIII) 
PARA PEDIR UN FAVOR
  Amadísimo Padre San José: confiando en el valioso poder que tienes ante la Santísima Trinidad y de María tu Esposa y nuestra Madre, te suplico intercedáis por mí y me alcancéis esta gracia...
  (hágase aquí la petición en silencio).
  José, con Jesús y María, viva siempre en el alma mía.
  José, con Jesús y María, asistidme en mi última agonía.
José, con Jesús y María, llevad al cielo el alma mía.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
 

Día 11 de Marzo:
¿Quién es san José?

     En primer lugar se le da el sugestivo nombre de José, que se deriva del hebreo «Yosef», probablemente de la raíz «Yasaf», que quiere decir «acrece o acrecienta». Este marco nazaretano, en que están encuadrados José y María, ha llevado a muchos a creer a José natural de Nazaret, afirmación confirmada con las palabras de Felipe a Natanael, en el evangelio de San Juan: «Hemos hallado a aquel, de quien escribió Moisés» (1, 45). Esto no quita que otros se inclinen por considerar a José natural de Belén, según creemos, con menor probabilidad.
     Lo indudable es considerar a José descendiente de David y oriundo, por consiguiente, de Belén, la Ciudad del Rey Profeta. Aparte de otras afirmaciones sueltas, tenemos dos Genealogías, que nos dan su ascendencia davídica. Está la primera en San Mateo 1, 1-16, que termina con estas palabras: «Todas las generaciones, pues, desde Abrahán hasta David, son catorce generaciones; y desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; y desde la Deportación a Babilonia a Cristo, catorce generaciones (Mt. 1,17).
La segunda Genealogía, que nos da la ascendencia davídica de José, la encontramos en el Evangelio de San Lucas, 3,23-38. Es conocido el valor histórico y social de las Genealogías en el pueblo hebreo y el cuidado con que las conservaban. Dejamos a los exegetas el estudio comparativo de ambas Genealogías, salvo siempre el valor histórico de la descendencia davídica de José.
Creció, pues, y se formó José, en un noble hogar de Nazaret de ascendencia davídica, pero con escasos bienes de fortuna. ¿Tuvo José otros hermanos? Hegesipo, citado por Eusebio (HE III, 11) habla de un hermano mayor de José llamado en arameo Alfeo y Kleópatros o Kleofás en griego, cuyos bienes raíces en tiempo de Domiciano eran de 39 pletros o 3,7 hectáreas. Cleofás casó con María, una de las mujeres que presenciaron la muerte de Jesús y Madre de Judas y José, llamados hermanos o primos del Señor.
Como buen hebreo la formación en José se extendería en dos direcciones: la religiosa y la humana. La formación religiosa más elemental la recibiría en el hogar de sus padres. Esta formación religiosa elemental se iría ampliando en la Sinagoga, en donde los judíos se reunían especialmente los sábados, para la lectura de la Escritura, su comentario por los Rabinos y otros maestros de Israel y el rezo preferentemente de los Salmos. Por otra parte existían en Palestina muchas Escuelas Rabínicas, donde se daba gran importancia a la enseñanza religiosa de las personas.
Dos oraciones, además de los Salmos, solían aprender y recitar los hebreos, el SEHMA y el SHEMANE-ESRE u Oración de las 12 Bendiciones primero y más tarde, 18.
Finalmente las subidas a Jerusalén y la celebración en ellas de las Fiestas de la Pascua y las lecciones en el Templo de los grandes Maestros de Israel completaban la formación teológica y moral del israelita.
Por otra parte, no parece probable que San José poseyese, a lo menos en gran cantidad, otros bienes raíces de su parte, fuera de su casa y taller; si bien consta que el oficio de carpintero o herrero era más que suficiente para sostener una familia.
En síntesis, José al llegar a los 20 años -plenitud del joven hebreo- era un hombre perfecto, «en la talla, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres», como dice San Lucas de Jesucristo (2,52).
Las principales fuentes históricas que tenemos sobre San José son los Evangelios, en particular los primeros capítulos de Mateo y Lucas. Existe además una amplia literatura apócrifa que narra muchos detalles de la vida del Santo Patriarca, como "El Evangelio de Santiago", el "Pseudo-Mateo", el "Evangelio de la Natividad de la Virgen María", "La Historia de José el Carpintero".
Sabemos que era un carpintero, un trabajador. José no era rico, puesto que cuando llevó a Jesús al templo para ser circuncidado y a María para ser purificada ofreció el sacrificio de dos tórtolas o un par de palomas, permitido sólo a aquellos que no podían pagar un carnero.
No obstante su humilde trabajo y lo escaso de sus medios de subsistencia, José provenía de un linaje real. Lucas y Mateo discrepan acerca de los detalles de su genealogía, pero ambos subrayan su descendencia directa de David, el más grande rey de Israel (Mateo 1,1-16 y Lucas 3,23-28). De hecho el Ángel que le anuncia el milagro de la Encarnación a José le llama "Hijo de David," un título real usado también para Jesús.
Sabemos que José fue un hombre de profundo silencio y visión sobrenatural para percibir la acción de Dios. Debido a que él no aparece durante la vida pública de Jesús, hasta su muerte y resurrección, muchos historiadores creen que José murió antes que Jesús comenzara su ministerio público.
Hay muchísimas cosas que quisiéramos saber sobre San José, pero las Escrituras nos han dejado el dato más importante: que José era un "hombre justo" (Mateo 1,18). En verdad era un hombre justo. Pero este calificativo significa más que simplemente bueno, honrado, equitativo, comprometido con la ley. San José es, ante todo, el varón que fue fiel a la promesa de Dios, más allá de las seguridades y los miedos.
José es una de las personas más cercanas a ese misterio excepcional que es la familia de Nazaret. Esa familia que refleja verdaderamente el Amor de la Santísima Trinidad.
Dios quiso que su Hijo tuviera como padre adoptivo, custodio y sustento terrenal a un hombre común, pecador, como cualquiera de nosotros. Pero quiso darle un lugar único en la Sagrada Familia y, desde luego, también en la Iglesia. Esta vida en el silencio, en la sombra, tan desconocida (muchas veces olvidada entre nuestras devociones), nos puede llegar a echar verdadera luz en varios aspectos de nuestras vidas.
San José, como nadie, ha experimentado la ansiedad. No sólo al enterarse que su prometida había quedado encinta por voluntad de Dios, sino también después de haber recibido el anuncio del ángel en sueños. Y ese sentimiento seguramente continuó al aceptar a su esposa virgen sin tener ninguna certeza de cómo iba a poder él llevar adelante esa tarea tan extraordinaria: la de educar al Rey de reyes.
Lo maravilloso en San José es que en él se cumple una promesa del Señor: toda su vida es cumplimiento. A pesar del dolor de no saber, tuvo el cariño fraternal de la Virgen, incondicional aliento; las charlas y las miradas de Jesús que le hacían ver un poco más claro ese desierto.
El trabajo de San José había sido, seguramente, una tarea mal remunerada. Sin embargo, ese era el único medio para llevar adelante la casa y lo haría de la mejor manera. Sobretodo porque su Niño lo miraría permanentemente y aprendería la perfección del oficio que como hijo de carpintero le correspondía adquirir de pequeño.
Y en medio de ese trabajo, lo aquejaría el cansancio y la tentación a hacerlo rápidamente, sin atención. Pero era en eso donde se cumplía también la promesa de Dios.
Ansiedad, incertidumbre, cansancio, tristeza: son sólo algunos de los sentimientos que José experimentó a lo largo de su oculta vida, como nosotros lo vivenciamos también ahora. Y es justamente esto lo que nos sigue maravillando y alentado de este Glorioso Patriarca: su debilidad natural por ser hombre y la grandeza de la que el Señor lo hizo capaz.
Las virtudes heroicas de José son incontables. Pero su lugar en la Historia de Salvación es fundamental y también lo es para nuestra fe. Por que así como podemos reconocer nuestra cruz en estos dolores comunes de la humanidad, es posible descubrir también muchos gozos, muchas alegrías que él supo vivir plenamente.
Vayamos a José. No sólo tenemos que acudir a él para que nos enseñe a querer y tratar más familiarmente a Jesús y María. También tenemos que tenerlo presente en nuestro trabajo diario, en los conflictos y las buenas nuevas personales, en la fidelidad a la vocación que el Señor ha pensado especialmente para nosotros.
Llevemos la intercesión de San José a todas nuestras relaciones sociales, desde las más casuales hasta las más comprometidas.

 





Día 12 de marzo:
San José en el evangelio 
El evangelio enseña claramente que José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham con todo lo que ello significa, y, sobre todo, la descendencia de David y las promesas del reino mesiánico y eterno. Ese es el significado y la importancia de la genealogía de José, desposado con María, de la nace Cristo (Mt 1, 1-16).
San José en los planes de Dios juega un papel de capital importancia; sin él no hubiese existido el descendiente de David, el Mesías. José da su consentimiento a esta transmisión. El Señor le pide que tome a María como esposa, porque en los planes de Dios el Mesías tenía que nacer de una virgen, pero desposada, casada con un hombre justo; y este hombre es José. Y José con su silencio dijo SI a la embajada de Dios, recibiendo a María en su casa. Es todo el valor capital del anuncio a José (Mt 1, 18-24).
José es el varón justo, cabal, perfecto, y como tal ha obrado en el momento transcendental de la Encarnación del Verbo, totalmente entregado a la voluntad de Dios con una fe ciega y absoluta en El. Se desposa con María por voluntad de Dios Es un matrimonio preparado por el Espíritu Santo, en el que sólo interviene Este de una manera especialísima (Mt 1, 19a).
Por razón de su matrimonio con María, José es padre de Jesús, padre virginal. El evangelio le da el título de padre sin más: "He aquí que tu padre y yo te buscábamos" (Lc 2, 48); porque en todo el contexto del relato evangélico se comprende fácilmente el contenido de la paternidad.
Paternidad que encuentra su realización materializada en el nacimiento de Jesús en Belén. San José pone los actos previos al nacimiento de Jesús. Como esposo justo y fiel lleva a la madre, próxima al alumbramiento, a Belén; le busca una posada digna entre amigos y conocidos, y, al no hallarla, se instala con ella en un establo de bestias, esperando el santo advenimiento. Acompaña a María en el momento de dar a luz al hijo que el cielo les ha regalado a los dos, dice San Agustín. Ha llegado ya el fruto de su matrimonio virginal con María; ha visto colmada su paternidad por obra y gracia del Espíritu Santo, aceptando que fuese de aquel modo concreto, en pobreza y abandono del mundo (Lc 2, 4-7).
José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre; así San José ejerce su dominio sobre el hijo y, de alguna manera le marca su personalidad. Al imponerle el nombre de Jesús le incluye con todo derecho en la descendencia davídica. Es un acto de dominio y de sabiduría porque el nombre responde a la sustancia de la persona (Lc 2, 21; Mt 1, 20-21. 25).
José y María, según San Lucas, presentan al niño Jesús en el templo como sacerdote y como sacrificio. Acto que representa el reconocimiento por los padres de la especial consagración a Dios de aquel Niño que ya recibió el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, por especial inspiración de un ángel (Lc 2, 22-24).
En su calidad de padre de Jesús recibe del cielo la orden de llevarle a Egipto para liberarle de las iras exterminadoras de Herodes y de volverle, a su debido tiempo, a Palestina (Mt 2, 13-23).
Y en su calidad de padre, José es obedecido por Jesús y le está sujeto (Lc 2, 51).
Los sentimientos de paternidad para con Jesús en José son tan fuertes que cuando los pastores cantan las maravillas de la aparición de los ángeles, su padre y su madre escuchan maravillados lo que se dice del Niño (Lc 2, 33); y cuando se pierde en el templo, le buscan por espacio de tres días con gran dolor; Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote (Lc 2, 48).

Día 13:
San José, esposo de María
“A una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María” (Lc. 1,27).
“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mt. 1,16).
“Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt. 1,24). (cfr. Mt. 2, 13.18.22).
Las palabras evangélicas sobre San José son pocas, pero son tan grandes, tan graves y tan densas de contenidos laudatorios del Santo, que basta el discurso de la razón, reflexionando sobre estos datos, para sacar de ellos, sin forzarlos, su grandeza singular y única. Desde estos datos se ha ido elaborando a lo largo de los siglos la que podemos llamar la teología de San José, que reducimos esencialmente a estos puntos:
José, esposo de María
Es, sin duda, la primera verdad que se destaca en los relatos evangélicos. San José está desposado con María. Entre ellos existe un verdadero matrimonio, con todos sus derechos y obligaciones, aunque sellado por la virginidad de entrambos. Un verdadero matrimonio, ordenado de una manera especial a recibir y educar dentro de él al fruto virginal del seno de María, Jesús. Por eso es un matrimonio que se fragua y se realiza por el instinto del Espíritu Santo. El Espíritu del Señor juega un papel especial en la realización de este matrimonio: la madre de Jesús había de ser una virgen, pero una virgen desposada con un hombre justo llamado José; Jesús tenía que nacer en una comunidad matrimonial, pero de una manera virginal. Un matrimonio verdadero, pero unido legítimamente por el vínculo de un amor casto con exclusión de toda obra de la carne. Un matrimonio para el que sólo José fue juzgado digno porque sólo a él le predestinó y preparó el Señor para dicho matrimonio. Un matrimonio para salvaguardar la fama de María en su maternidad divina y para introducir al Hijo de Dios en el mundo por los cauces normales por los que entran los demás hombres, con la exclusión de la generación carnal.
Los Padres de la Iglesia profundizan en los datos revela­dos y así, por ejemplo:
San Ireneo: “Persuadido José y sin duda de ninguna clase, tomó a María por esposa, y en clima de alegría prestó sus servicios en todo lo que quedaba para la educación de Cristo …Y lo tomaban como padre del Niño” (PG. 7,1048).
San Agustín: “Pues como el suyo era matrimonio y matri­monio virginal, así lo que la Esposa dio a luz virginalmente, ¿por qué no iba a aceptarlo castamente el esposo? Pues lo mismo que la Esposa lo era en castidad, en castidad era el esposo; y lo mismo que Ella fue casta Madre, él fue casto padre” (Sermo 51; PL. 38, 348).
San Bernardo: “José es el servidor fiel y prudente a quien el Señor constituyó para ser el consuelo de su Madre, el padre nutricio de su carne y el único cooperador fidelísimo sobre la tierra del gran designio de la Encarnación” (Sermo, Super missus est,2,16). 
Magisterio de la Iglesia
“A San José le hizo Dios Señor y Príncipe de su casa…Ya que tuvo como esposa a la Inmaculada Virgen María, de quien por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, quien, entre los hombres, se dignó ser tenido como hijo de José, y a él estuvo sometido” (Pio IX, Decr. Patrocinio de San José, 8-XII-1870).
José esposo de María, si Dios concedió a la Virgen a José como esposo, se lo dio en verdad no ya sólo como compañero de la vida, testigo de la virginidad y defensor del honor, sino también partícipe de su excelsa dignidad, en virtud de la misma alianza matrimonial” (León XIII, Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889).
“Custodio purísimo de María Santísima y padre putativo del Redentor” Juan XXIII, Aloc. 28-11-1962).
“Dios, dirigiéndose a José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazareth. Lo que se ha cumplido en Ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.23).


Día 14:
San José, padre de Jesús

“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo (Mt. 1,16).
“María dijo al ángel: ¿de qué modo se hará esto, pues no conozco varón?” (Lc. 1,34).
” … mira cómo tu padre y yo, angustiados te buscábamos … Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto`* (Lc. 2,48.51).
“Jesús … según se pensaba, hijo de José” (Lc. 3, 23).
“¿No es éste el hijo del artesano…” (Mt. 13, 55).

 Desde la singularidad de este matrimonio hay que entender y comprender la paternidad de José sobre Jesús. A José, Dios le pide el consentimiento al matrimonio con María, con vistas a recibir a Jesús en este mundo, a introducirle en la marcha de la historia de la salvación en esta fase terrena: José, no temas recibir a María en tu casa, porque lo que ha concebido es por obra del Espíritu Santo; y José la recibió en su casa y con ella el fruto nacido de su vientre. Y por eso será llamado padre de Jesús. Es el apelativo que sin más aditamentos le da el evangelio.
Ya desde los primeros autores que tratan este tema encontramos este razonamiento para explicar que José es padre de Jesús y en qué sentido: María por derecho matrimoniaL pertenece a José, es como el campo de José. José por el voto de virginidad renuncia al uso de este derecho sobre María; en algún sentido lo cede al Espíritu Santo, que engendra de ella a Jesús virginalmente. Este, engendrado y nacido del cuerpo de María, en el campo de José, le pertenece como hijo. Lo explican por la ley del levirato: San José estaría civilmente muerto por el voto de virginidad y el Espíritu Santo le habría suscitado la prole; y también por el principio de derecho de que lo que nace en un campo pertenece al dueño del campo.
La paternidad sobre Jesús es la grandeza suprema de José, de la que derivan todos los demás privilegios y gracias, ya que el mismo matrimonio con María está divinamente ordenado a esta paternidad única en el mundo.
Los teólogos al desentrañar la paternidad de José sobre Jesús y querer darle un calificativo apropiado y expresivo de esa realidad, hablan de una paternidad legal, putativa, adoptiva, matrimonial, virginal, propia. Realmente es única. Es una paternidad en la que se dan todos los elementos de la misma sublimados, menos el de la generación carnal; y, además, todos ellos ordenados por Dios exclusivamente a una paternidad sobre Jesús. José es virginal y matrimonialmente padre de Jesús. No solamente no desmerece en nada la paternidad de José sobre Jesús porque le falta la generación carnal, sino que, como escribe San Agustín, tanto es más firmemente padre, cuanto más castamente es padre.  

José vive la paternidad sobre Jesús
Dios que modela y forma uno a uno los corazones de los hombres (Sal 32, 15), puso en el corazón de José los sentimientos más altos de la paternidad. El corazón de José está modelado singularmente por la mano de Dios con miras a su Hijo, cuando Este se encarne en el mundo. No hay corazón de padre que se pueda comparar en el amor a los hijos, al de José por Jesús; el amor paternal de José excede toda ponderación. Predestinado para padre singular de Jesús, Dios le dotó de un amor paternal único. Como dice un autor "si no fue verdadero padre natural de Dios, no fue porque le faltase la congruidad y partes requisitas para eso, sino porque Dios de padre en la tierra no hizo elección" (I.Coutiño, Sermón...p. 112).
Expresión de su amor paternal es el comportamiento de José para con Jesús en su infancia y juventud. A los casos recordados del evangelio, añadamos que José como padre educa a Jesús en un sentido amplio, enseñándole las oraciones que todo fiel israelita rezaba a diario y las que decía en comunidad en el templo y en la sinagoga, como el Shema, la acción de gracias...oraciones que todo varón debía saber desde los doce años.
Sin duda le enseñó también aquellos pasos de la Escritura más destacados, que se referían a la historia de la salvación del pueblo escogido, los salmos más usados, las enseñanzas de los profetas y de los sapienciales.
Y, como el que no enseña a su hijo un oficio, le educa para ladrón, San José enseñó a su hijo el oficio de carpintero. La vida de Jesús niño y adolescente está fuertemente marcada por la educación que le dio San José.

Tradición
San Bernardo: “José… a quien manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y le dio el conocimiento de aquel misterio, que ninguno de los príncipes de este mundo conoció; a quien, en fin, se concedió no sólo ver y oír al que muchos reyes y profetas, queriéndolo ver, no lo vieron y queriéndolo oír no lo oyeron, no sólo verlo y oírlo, sino tenerlo en sus brazos, llevarlo de la mano, abrazarlo, besarlo, alimentarlo y aguardarlo” (Sermo, Super missus est,2,16).
San Francisco de Sales: -`Acostumbro decir que, si una paloma llevase en su pico un dátil y lo dejara caer en un jardín, ¿no se diría, acaso, que la palmera que de el provendría pertenece al dueño del jardín? Pues si esto es así, ¿quien podra dudar que el Espíritu Santo, habiendo dejado caer este divino dátil, como divina paloma, en el jardín cerrado de la Santísima Virgen, el cual pertenecía a San José, como la mujer esposa pertenece al esposo, quien dudará, digo, que se puede afirmar con toda verdad que esa divina palmera -Jesús- que produce frutos de inmortalidad pertenece por entero a San José?” (Obras completas, t.3, p.541, Ed. Vives).
Bernardino de Laredo: “Así como la más elegible, más amable y más digna de ser servida y reverenciada criatura que Dios crió, es nuestra muy gran Señora, así, después de Ella, no cabe que se dé a otro la ventaja, sino a aquel que escogió Dios ab aeterno para fidelísimo esposo y custodio y compañero de ésta suavísima Virgen, y para testigo firmísimo Y fidelísimo de su inocencia y pureza virginal…El sapiéntisimo Niño que se deleita y descansa en el gremio y en los brazos de su amantísimo siervo, ayo, y padre putativo del glorioso San José” (Josefina, Ed. Rialp, 1977, facsímiles, pp.16-17).

Magisterio de la Iglesia
“El matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.7). “San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad” (Ibidem, n.8).
Confrontar, además, los textos del Magisterio que antes hemos citado sobre San José, como esposo de María.


Día 15:
San José, modelo de santidad 

Del hecho del matrimonio con María, y del hecho de la paternidad sobre Jesús, todos los teólogos deducen la grandeza singular del Santo Patriarca. Es la suya una grandeza y santidad única. A nadie cede en ellas si no es a María. Y como ella, aunque en grado inferior, según muchos teólogos, José pertenece al orden hipostático, que le eleva por encima de todos los ángeles y santos.
Es una grandeza que exige una santidad excepcional, ya que cuando Dios escoge a uno para un oficio o ministerio, a la medida del mismo da los excesos de santidad.
Por ser esposo de María y tratarse de un matrimonio preparado y realizado por Dios, el Señor le dotó de un alma semejante a la de María. Gracia y santidad en las que José no dejó de crecer de una manera rápida y altísima por el continuo contacto con María y con Jesús, ya que, según el principio tan repetido por todos, tanto más participa uno del calor del fuego cuanto está más cerca de él, y tanto más abundantemente bebe de la fuente cuanto está más cerca de ella.
Por ser padre de Jesús, se exige que tenga una santidad digna de tal oficio y ministerio. Todas las prerrogativas de santidad y virtudes de San José tienen su origen y explicación en la grandeza de su paternidad sobre Jesús. Dios Padre puso en él generosamente todas las virtudes y dones, aún aquellos que parecen contradictorios, como virginidad y matrimonio...Mientras a otros santos les reparte los dones, a unos unos y a otros otros, a San José se los dio todos, le dio lo bueno y lo mejor y sin medida. 

Dignidad de San José
La dignidad de San José se desprende de su condición de esposo de María y padre virginal y legal de Jesús. De estas relaciones con Jesús y con María se deduce de modo inefable su relación con la Santísima Trinidad como lo expresa el siguiente texto pontificio.
“He aquí el misterio, el secreto de la divina Encarnación, de la Redención, que la Santísima Trinidad revela al hombre. Realmente es imposible subir más alto. Estábamos en el orden de la unión hipostática, de la unión personal de Dios con el hombre. Es en este momento cuando Dios nos invita a considerar al humilde y gran santo; es en este momento cuando Dios pronuncia la palabra que explica todas las relaciones existentes entre San José y todos los grandes profetas y los demás grandes santos, aun aquellos que han desempeñado misiones públicas de gran relieve, como los Apóstoles. El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de El está María, la dispensadora de los tesoros celestiales. Pero, si alguna cosa hubiese que pudiera despertar en nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en cierta manera, el pensar que José es el único que puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y eso de tal manera y con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardían … En consecuencia, nuestra confianza con este Santo debe ser muy grande, puesto que se funda en tan prolongadas, más aún, en tan únicas relaciones con las mismas fuentes de la gracia y de la vida, la Santísima Trinidad” (Pio XI, Homilía, 19-111- 1935).
Eximia santidad
La razón de la santidad de San José, la establece Santo Tomás de Aquino cuando dice: “Cuanto alguna cosa recibida se aproxima más a la causa que la ha producido, tanto más participa de la influencia de esa causa” (S. Th. III , q.7, a.1). La causa única de donde procede toda santidad es el mismo Dios. Luego cuanto más próxima o cercana a Dios esté una criatura, tanto más participará de su infinita santidad. Nadie como San José -después de Jesús y de María- se ha acercado tanto a Dios, luego hay que concluir que su santidad excede a cualquier criatura humana o angélica.
Lo mismo se puede afirmar en virtud de los siguientes principios ciertos en teología:
a) Dios da a cada uno la gracia según aquello para lo que es elegido;
b) una misión divina excepcional requiere una santidad proporcionada.
San José recibió de Dios la gracia necesaria para ser digno esposo de María y digno padre de Jesús. Su misión fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tanta gracia y a tan alta misión correspondió de modo admirable pues la misma Escritura lo llama hombre justo (Mt. 1, 19), luego debemos concluir que su santidad excede a todos sin excepción alguna.
Las virtudes de San José
“Brillan en él, sobre todo, las virtudes de la vida oculta, en un grado proporcionado al de la gracia santificante: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad, que no puede ser quebrantada por ningún peligro; la sencillez, la fe, esclarecida por los dones del Espíritu Santo; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardó el depósito que se le confiara con una fidelidad proporcionada al valor de este tesoro inestimable” (Garrigou-Lagrange, R., San José, Buenos Aires, 1947, p.301).
“¿Cómo acertar a referir los progresos de su santidad al contacto de Jesús y en la sociedad más íntima con la Madre de Dios? No eran los sacramentos los que obraban en él, era el Autor de los sacramentos y de la gracia. Si Jesús les ha comunicado a sus sacramentos tanta gracia para santificar las almas, ¿como podían, por ventura, sus caricias, su sonrisa, su contacto, aun cuando de un modo distinto, producir efectos mucho más maravillosos? ¿Qué era la vida de San José sino una comunión continua con Jesús y con la plenitud de la santidad que habitaba en El: por los ojos, que con tanta frecuencia descansaban en Jesús; por la boca, cuando San José besaba con tanto amor al divino Niño; por el contacto, cuando Jesús descansaba entre sus brazos; por el pensamiento, que se volvía sin cesar a Jesús y a María; por toda pena, por toda prueba, por toda alegría, por todo trabajo, por todo movimiento? … Pues nada existía en su vida que, por el sacrificio, la abnegación, el amor, no pusiese en contacto su alma con el alma de Jesús” (Sauvé, C., San José, Barcelona, 1915, p.361).
El Evangelio llama a San José hombre justo (Mt. 1, 19). “Una alabanza más rica de virtud y más alta en méritos no podría aplicarse a un hombre … Un hombre … que tiene una insondable vida interior, de la cual le llegan órdenes y consuelos singulares, y la lógica y la fuerza, propia de las almas sencillas y limpias, de las grandes decisiones, como la de poner en seguida, a disposición de los planes divinos, su libertad…” (Pablo VI, Homilía, 19-111-1969).
“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración” (Juan XXIII, Alocución, 17-111-1963).
“Expresión cotidiana de amor en la vida de la Familia de Nazareth es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero … La obediencia de Jesús en la casa de Nazareth, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el hijo del carpintero había aprendido el trabajo de su padre putativo. El trabajo humano y, en particular el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial … José acerco el trabajo humano “al misterio de la redención” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris custos, n.22).


Día 16:
San José, Maestro de la vida interior
La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con El. Por ello, San José, mejor que ningún otro santo sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por esta razón la tradición cristiana recoge las palabras de la Escritura: “Ite ad Ioseph” (Gén. 41, 55), id a José, para tratar a Jesús.
Escribe santa Teresa de Jesús: (Vida, c. 6, nn. 6-8). “Querría yo persuadir a todos fueren devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios.
Así como a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; de este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, siendo yo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.
Su disponibilidad incondicional a los planes divinos; su amor entrañable y, a la vez, respetuoso a Jesús y a su Madre Santísima; su castidad como fruto de ese mismo amor; su obediencia pronta a la voluntad de Dios, sin extrañezas ni excusas; su espíritu contemplativo; su sencillez y humildad que le llevan a cumplir su misión con dignidad y silencio; su trabajo, al que se entrega con decisión, paciencia y responsabilidad y, al mismo tiempo, con el que se santifica y sostiene a Jesús y a María; su espíritu de servicio y fidelidad al deber; y, en general, haber acogido y desarrollado en su vida las gracias recibidas en una vida de trabajo ordinario.
Todos, siguiendo cada uno su propia vocación -en su hogar, en su profesión u oficio, en el cumplimiento de las obligaciones que le corresponden por su estado, en sus deberes de ciudadano, en el ejercicio de sus derechos-, estamos llamados a participar en el reino de los cielos.
Eso nos enseña la vida de San José: sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros. Lo he pensado muchas veces, al meditar sobre la figura de San José, y ésta es una de las razones que hace que sienta por él una devoción especial” (Ibidem, n.44).

Las almas de oración deben ser devotas de San José
"En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas...Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino" (V 6,8).
Para la Santa los que se dedican a la oración forman una categoría especial en la Iglesia de Dios, son los siervos del amor (VII, l); a ella pertenecen sus hijas las carmelitas descalzas. Para estas San José es un maestro consumado.
La oración mental, según Santa Teresa, es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (V 8,5), es decir, con Jesús humanado.
El camino de la oración debe llevarnos a encontrar y vivir en compañía de Jesús. De ahí la exhortación de la Santa: "¿Pues qué mejor que la del mismo Maestro que enseñó la oración qué vais a rezar? Representad al mismo Señor junto a Vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudiereis, no estéis sin tan buen amigo...¿ Pensáis que es poco un tan buen amigo al lado? (C 26,l).
La Santa, convencida por la propia experiencia, que la oración es tanto más auténtica y santificadora cuanto es un encuentro más íntimo con Jesús, un encuentro en el que el alma "le está hablando y regalándose con El" (V 1311), exhorta ardiente y amorosamente a ocuparse "en que mire que le mira y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con El y acuérdese que no merecía estar allí...; hace muchos provechos esta manera de oración teresiana, y en la compañía e intimidad con Jesús Humanado debe desarrollarse en sus diversas etapas.
Si esto es la oración para la Madre Teresa, se comprende que proponga a San José como Maestro insuperable en este camino. La vida de San José, su vocación, su misión, su predestinación, están totalmente en la perspectiva de la compañía de Jesús y se concretan en estarle siempre al lado, hablarle, regalarse con El, pedirle, servirle. Toda la razón de su existencia es la vida con Jesús y para Jesús. La vida de José tiene su razón de ser solamente en Jesús: recibirle y acogerle en el seno de su Madre, ponerle el nombre, cuidarle y velar por El, alimentarle, enseñarle, vivir en su compañía e intimidad. ¿Quién podrá comprender la intimidad dulce y suave, gozosa y dolorosa, que vivió con Jesús? ¿Quién podrá vislumbrar los grados del trato de amistad que se desarrolló entre ellos y con María?
Si en la oración, como trato de amistad con Cristo, es aspecto esencial escuchar la palabra de Jesús, ver verdades, San José escuchó ensimismado muchas veces las palabras de su hijo Jesús, que le calaban hondo en el corazón. Si a los apóstoles, por ser sus amigos (Jn 15,15), Jesús les descubre sus secretos ¿qué secretos y verdades no descubriría a su padre San José? Y ¡cómo escucharía este las palabras, llenas de vida y calor, de Jesús! ¡Con qué docilidad las asimilaría, con qué amor las metería y meditaría en su corazón!, ¡qué conversaciones mantendrían entre los dos!
Toda la vida de San José fue oración, porque fue una vida en compañía de Jesús, de intimidad y familiaridad con El. Nadie supo más y mejor de esta oración que él, que por tanto tiempo trató con Jesús y María en una comunión y comunicación auténtica y única de amistad y amor.
Por eso en el Carmelo teresiano San José siempre ha sido Maestro de oración. Son incontables las almas que han encontrado en él el maestro y guía de su camino oracional, y algunas han llegado a una verdadera experiencia sobrenatural y mística de él, como la Santa Madre.

Día 17:
San José y santa Teresa

Santa Teresa repetía: "Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como San José lo trató tan sumamente bien a El en esta tierra, El le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca".
Pero sobre todo, la que más propagó su devoción fue Santa Teresa, que fue curada por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada, enfermedad que ya era considerada incurable. Le rezó con fe a San José y obtuvo de manera maravillosa su curación. En adelante esta santa ya no dejó nunca de recomendar a las gentes que se encomendaran a él. Y repetía: "Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo". Hacia el final de su vida, la mística fundadora decía: "Durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir". Y es de notar que a todos los conventos que fundó Santa Teresa les puso por patrono a San José.
Lo que Santa Teresa nos enseña sobre San José en la historia de salvación de su alma es la expresión de una devoción sentida y profunda y sincera al Santo Patriarca, hecha vivencia, experiencia honda, intimísima y prolongada por muchos años. No habla de lo que aprendió en los libros, que alguno debió leer sobre San José, ni de lo que oyó en los sermones que oía, al menos cada año cuando procuraba hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía (V 6,7), y en otras ocasiones. Ella habla desde la experiencia personal de San José interviniendo en su vida y en su alma; no dice nada que no sepa por experiencia; que por eso se convierte en un apóstol singular de la devoción al Santo.
La devoción de la Santa a San José, hecha experiencia, aparece clara desde su entrada en la Encarnación. Y se fragua ya desde niña. "Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos" (V l,l). Y para la Santa no se puede pensar en la Virgen sin ver a su lado a San José. Lo cierto es que desde su entrada en la Encarnación esta devoción aparece pujante, viva y proselitista. Una devoción, hecha experiencia, que es el compuesto de afecto, entrega, veneración, confianza, amor, que le lleva a encomendarse muchas veces a él. Y el resultado de esta actitud múltiple, vivida día a día y con más intensidad en momentos de necesidad espiritual o corporal, es que se da cuenta que ha elegido a un santo lleno de bondad y de poder, experimenta que se relaciona con un Padre y Señor. Vio claro, tuvo por experiencia, como otras personas tenían también por experiencia, a quienes ella se lo recomendaba, la benéfica y universal ayuda con que San José le correspondía, sacándola con más bien que ella le sabía pedir. Se trata, no de una experiencia sobrenatural y mística, sino de un convencimiento total desde la fe sincera y el amor entregado, que lo que ha recibido en necesidades de alma y cuerpo son gracias dispensadas por San José, en atención a la total confianza con que se las ha pedido y el abandono esperanzado con que se le ha encomendado. De aquí nace el típico agradecimiento de la Santa: hace proselitismo y conquista muchos devotos para San José: hay muchos que son devotos de nuevo...yo decía se encomendasen a él...y celebra su fiesta con toda solemnidad.

b) Experiencia sobrenatural y mística
La larga experiencia de la devoción a San José, con el tiempo se madura y se transforma en una experiencia sobrenatural, sin perder su carácter habitual de experiencia a nivel de gracia ordinaria, aunque muy fuerte. Esto sucede cuando la Santa comenzó a tener una manera nueva de experimentar las realidades sobrenaturales. También la devoción a San José queda tocada suave y fuertemente de esos vientos místicos que han entrado en su alma. En esta línea se desarrolló poderosamente la devoción de la Santa a San José, y las experiencias concretas de esta devoción mística irán apareciendo en momentos concretos y especiales de su vida.
La devoción a San José en el Carmelo teresiano va esencialmente unida a Santa Teresa. Es uno de los legados más ricos y característicos que la Santa dejó a sus hijos. Y los hace por la fuerza de esta experiencia y como fruto maduro de la misma. Una herencia valiosísima. Al experimentar a San José como Fundador de la Reforma, de su obra de Fundadora, le asocia esencialmente a la misma. No se comprende el Carmelo teresiano sin San José, sin la experiencia josefina de la Santa. Las palabras del P. Gracián, el gran confidente de la Madre Teresa por tanto tiempo, y prelado suyo muchos años, son terminantes: "...y por esta causa, según escribe el doctor Ribera, puso sobre la portería de todos sus monasterios que fundó a nuestra Señora y al gloriosa San José; y en todas las fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso santo, que ahora está en Ávila, llamándole fundador de esta Orden.
Los cuales (que profesan esta regla de carmelitas descalzos) reconocen por fundador de esta reformación al glorioso San José, con cuya devoción la fundó la Madre Teresa, así como toda la religión del Carmen reconoce por fundadora a la sacratísima Virgen María "
De hecho la fundación del primer monasterio no se explica realmente sin la presencia y la ayuda de San José. El primer convento del Carmelo teresiano se funda en un ambiente bañado de lo sobrenatural, tal como entiende la Santa lo sobrenatural, ambiente en el que juega un papel de primera clase el glorioso San José. Como dice el P. Gracián, extendiendo esta importancia capital del Santo a todos los demás conventos: "de la manera que el glorioso San José hizo milagro en la fábrica de este monasterio (de San José), podría contar de otros muchos, así de frailes como de monjas, que parece imposible haberse labrado, si este glorioso santo no hubiese puesto las manos en estas fábricas"(5). Así, un día después de comulgar oye muchas promesas de que no dejaría de hacerse el monasterio y que se serviría mucho en él y que se llamase San José, y que a una puerta nos guardaría él (San José) y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con nosotras" (V 32,ll). Metida ya en la edificación del monasterio, se encuentra atada por todas partes, sin dineros ni de dónde los tener, ni para el Breve ni para nada. En esta situación sin salida viene sobrenaturalmente en su ayuda San José; se lo había encomendado mucho; y el Señor, por maneras que se espanta a los que lo oían, me proveyó" (V 33,12). Le llegaron de manos de su padre y señor San José por medio de su hermano Lorenzo más de doscientos ducados.
En estos mismos días, estando en la iglesia de los dominicos, recibe la gracia mística de la vestición de una ropa de mucha blancura y claridad. Se la visten nuestra Señora, de grandísima hermosura, a quien ve al lado derecho, y su padre San José, que ve al izquierdo, dándole a entender que ya está limpia de sus pecados.
En este ambiente de lo sobrenatural quedó erigido oficialmente el monasterio del señor San José el día 24 de agosto de 1562. La Santa Madre experimenta un gran contento por haber hecho lo que el Señor le había mandado y porque hay otra iglesia más en este lugar, y precisamente de mi padre glorioso San José, que no la había (V 36,8). La exteriorización de esta fuerte experiencia en la fundación del primer monasterio es una imagen de talla de San José, vestida, con el sombrero en la mano y la vara florida, sobre la puerta de la iglesia, y en un lienzo del Santo en el altar mayor.
La experiencia sobrenatural de San José en la fundación del primer monasterio es un punto culminante en la carrera de esas experiencias de su padre y señor San José, que comienza con la curación milagrosa de su gravísima enfermedad, y que marca un momento fundamental y decisivo en sus relaciones con el Santo Patriarca, en el que le experimenta -vi claro- como padre y señor omnipotente en todas las necesidades. La experiencia josefina ya no se corta y se prolonga a lo largo de toda su vida. Su existencia se desarrolla bajo el signo de San José. Isabel de la Cruz en su dicho para la beatificación de la Santa en el Proceso de Salamanca, la expresa con estos términos: "Era particularmente devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado". Hay muchos datos y momentos en su vida en que siente esta experiencia de San José, además de los mencionados. Basta recoger estos tres. Un día que comulgaba había visto que venían alumbrando al Santísimo Sacramento el bendito San José de una parte y Lorenzo de Cepeda, su hermano, de otra. Así se lo cuenta a su sobrino Francisco, hijo de Lorenzo. Petronila Bautista habla de un arrobamiento muy grande que tuvo el día del bienaventurado San José, estando oyendo misa en la reja del coro de San José de Avila.
No, por conocido, es menos de ponderar el hecho de la aparición de San José cuando iba camino de Beas de Segura para una nueva fundación en aquella villa. Lo cuenta Ana de Jesús (Lobera), testigo del hecho como una de las ocho religiosas que acompañaban a la Madre en dicha fundación. 

c. Formas expresivas de la devoción y experiencia de San José
Como de la abundancia del corazón habla la boca, la abundancia de la devoción y experiencia josefina de la Santa se visibiliza en una serie de manifestaciones externas. Y no importa que la devoción y la experiencia de San José alcance cotas sobrenaturales muy altas; a la Santa la altura de estas experiencias sobrenaturales no le hicieron perder el contacto con la tierra y la realidad de cada día. Y así vemos que, mientras la experiencia de San José se vive en lo más profundo del espíritu, en el centro del alma, las formas devocionales para expresar la misma son las más simples y elementales y las más tradicionales y comunes. Para ella los medios ordinarios de devoción de aquel entonces continúan siendo fuentes de piedad, de amor, de agradecimiento, y los medios de expresar su religiosidad hacia su padre y señor San José. 

l) Titulación de sus monasterios
Para la Santa Madre los conventos que va fundando, a imagen del primero, son casas del señor San José, son su casa. Por eso procura que la mayoría lleve hasta el nombre y título de San José. De los diez y siete palomarcitos de la Virgen, fundados por ella, once están bajo el título de San José: Ávila (1562), Medina del Campo (1567),Malagón (1568), Toledo (1569), Salamanca (1570), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1576), Caravaca (1576), Palencia (1580), Burgos (1582). Con esta particularidad, que a partir de la fundación de Beas, San José va asociado ingeniosamente a otros títulos.  

2) Imágenes de San José en sus fundaciones
Si no todas las fundaciones de la Madre Teresa llevan el título de San José, no hay ninguna donde no esté presidiendo y amparando la imagen de San José. Es una manifestación más de su devoción y experiencia josefina el ir sembrando por sus conventos imágenes de San José, la mayoría de las cuales se conservan todavía.
Es notable, a este respecto, el dato que llevaba consigo en todas sus fundaciones una imagen de bulto de San José, que recibía el título de "San José del Patrocinio", y, cuando el P. Pedro Fernández la nombró Priora del convento de la Encarnación en 1571, y ella supo de la terrible negativa de la mayoría de las monjas para recibirla, llevó consigo esta imagen y el día de la toma de posesión, al tiempo que colocaba la imagen de la Virgen en la silla prioral, la acomodó en la silla subprioral; esta imagen luego le parlaría todo lo que las monjas hacían, que por eso se le llamó el Parlero, y de tanto hablar quedó con la boca abierta milagrosamente (ll).
En la fundación de Burgos, el médico Antonio Aguiar, amigo del P. Gracián, hace notar cómo, al no encontrar una imagen del Santo, reparaba por mano de un pintor un santo antiguo para que representase a San José. Como no quiere que falte mucho tiempo la imagen de San José en ninguno de sus conventos, son las casas de su padre y señor, recuerda a Diego de Ortiz, fundador del convento de Toledo, "no se descuide tanto de poner a mi señor San José en la puerta de la iglesia.

3) Celebración de las fiestas de San José
Una de las manifestaciones más auténticas de verdadera devoción a un santo es la celebración litúrgica de sus fiestas. La Santa no sólo celebraba la fiesta de San José; la solemnizaba. Lo dice ella misma: "procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía" (V 6,7). Esta costumbre de celebrar la fiesta de San José con toda solemnidad, con música y sermón, con volteo de campanas y galanura de flores y nubes perfumadas de incienso y mirra -que así se celebraba la fiesta de San José en las iglesias de la Orden, según el Beato Juan Bautista el Mantuano-, la comenzó en la Encarnación y la mantuvo los años que vivió en aquel monasterio, las reanudó cuando volvió de Priora, y la celebraba en el convento que le pillaba la fiesta del Santo Patriarca. Es uno de los datos más testificados en los Dichos para su Beatificación y Canonización.
Cuando escribe las Constituciones prescribe que "los domingos y días de fiesta se cante Misa, Vísperas y Maitines. Los días primeros de Pascua y otros días de solemnidad podrán cantar Laudes, en especial el día del glorioso San José" (Const. n.2).
Son elocuentes, a este respecto, los festejos religiosos de carácter mariano-josefino que organizaba en solemnidades litúrgicas, como la Navidad, en la que disponía la procesión con las imágenes de la Virgen y San José, de quien era devotísima, añade Isabel Bautista, que describe la escena, y éste pidiendo posada para la Virgen en cinta.

19 de marzo
Solenidad de san José
Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra –que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar–, así en el cielo hace cuanto le pide.
Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.
Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad que de espíritu, queriendo se hiciese muy curiosamente y bien, aunque con buen intento. Más esto tenía malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era lleno de imperfecciones y con muchas faltas. Para el mal y curiosidad y vanidad tenía gran maña y diligencia. El Señor me perdone.
Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.
Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no haya yo errado en atreverme a hablar en él; (16) porque aunque publico serle devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado.